Eso que yo era

Sumergido en un inmenso océano lleno de recuerdos y memorias que se extienden mas allá de lo que mi vista y mi ser quisiera, me encuentro abandonado a la deriva. Estoy en medio de una increíble tormenta que agita sin piedad mi pequeña embarcación. Voy navegando solo, pues es mi océano, y el agua sobre la que floto no es más que la fortaleza de una vida agraciada que trágicamente es atacada por la peor de las tempestades.

A veces, muy pocas veces, el sol asoma y sus rayos iluminan mi rostro. Entonces imagino por un momento, que aun soy eso que yo era, e inevitablemente una sonrisa se dibuja en mi rostro. Cierro los puños y el alma pareciera encontrar sosiego por un momento. Me recuesto sobre mi balsa y me dedico a observar el cielo azul. Juego con mi imaginación y me adentro más allá de lo que los ojos pueden ver. Pareciera sentir que de nuevo puedo estar en la luna y ella me acoge sin ningún problema. No necesito aire, no me importa la ingravidez. Nada, nada en absoluto es necesario pues siento que tengo todo cuanto fui, y de esa manera el resto de cosas carecen de importancia. La luna pareciera mi hogar y puedo estar allí cuando quiera, el tiempo que quiera. Aun me parece que quisiera arreglarla y conservarla. Adornarla e iluminarla para que en la tierra alguien se emocionara. Aprieto tanto los puños, que el dolor me hace volver por un momento a la realidad. Me encuentro navegando sin ningún rumbo. Estoy acostado y mirando al cielo. Algunas nubes empiezan a aparecer y por momentos ocultan la luz del sol. Sin embargo mi mente esta feliz. Empieza a encontrarle forma a cada una de las nubes que se alzan sobre mi futuro naufragio. Algunas son curiosas y definitivamente claras. Otras en cambio, son confusas y difíciles, pero también graciosas y divertidas. Es un extraño momento en el que me doy cuenta que estoy soñando. Por un momento creo vivir como eso que yo era: un ser lleno de sueños y de infinitas posibilidades; una persona para la cual la soledad y el abandono, no eran mas que viejos compañeros de viaje, abandonados hacia ya mucho tiempo.

Y parece que el tiempo no pasara. Quisiera pensar que los sucesos no son etéreos y que las palabras se atan al corazón en vez de ser un errante más que se lleva el viento. Pero hay tantas nubes que ya no es posible adivinar una figura sin entristecer el alma. El sol se ha ocultado y tal vez ha desaparecido por mucho tiempo. Entonces no hay más emoción, no hay más sueños. Los puños se abren y mis manos parecen hacerle una seña al cielo pidiendo respuestas. La lluvia empieza de nuevo a caer. Sobre mi rostro se confunden innumerables gotas de agua con algunas lágrimas nacidas del llanto reprimido y enmascarado durante mucho tiempo. El viento sopla de nuevo muy fuerte y el océano se agita, me lleva sin destino y sin razón. No tengo nada por hacer, excepto luchar para no caer y terminar ahogado.

Ya son muchas las jornadas de tormenta y tempestad. Ya son incontables las veces en que empapado por el agua y las lágrimas, siento que mi corazón es lo único que sigue resecándose. Ya es insoportable tener que ver en cada esquina de mi balsa todo lo que yo era, pues cuando estuve a la deriva por primera vez, no encontré otra cosa con que intentar sobrevivir. Y es difícil saber que se puede esperar. ¿Cuánto podré soportar este trasegar estúpido, inmerecido y sin destino previsible?

Aferrado al rustico timón de la balsa, le doy una guía insensata a mi vida, dirigiéndola a ningún lugar, sin ningún precepto ni predispocisión. Así, sentado y mirando el horrible horizonte, me doy cuenta que la balsa esta filtrando agua y que tarde o temprano se hundirá. Entonces, espontáneamente y sin explicación, una sonrisa nace de nuevo en mi rostro.